martes, 8 de diciembre de 2009

+ sobre globalización

¿Cómo influyó la caída del muro de Berlín y el derrumbe de la unión soviética en el proceso de globalización que hemos vivido desde finales del siglo XX?
La caída del Muro de Berlín tuvo impactos muy diversos, la mayoría de ellos en dos ámbitos muy concretos y específicos: en el comportamiento individual de cada país y en la dinámica del concierto o, más propiamente, del desconcierto internacional. Libradas de la perversa lógica de las disputas Este-Oeste, muchos países alrededor del mundo, y no sólo en Europa, súbitamente se encontraron con que la lógica de su actuar había cambiado.
Algunos países, como Finlandia y Austria, se incorporaron a la Unión Europea, algo que parecería obvio, pero que resultaba imposible desde la lógica anterior. China, que ya comenzaba a mostrar su potencial, comenzó a aprovechar y hacer sentir su presencia en el nuevo espacio geopolítico que había quedado liberado. Naciones que habían sido sostenidas por los intereses de las superpotencias, desde Afganistán hasta Haití, entraron en franca y rápida descomposición. Cuba experimentó de manera inmediata el fin de los subsidios que le habían dado viabilidad económica y, luego de un periodo de incertidumbre e incredulidad, tuvo que reaccionar con intentos más o menos serios de inserción en la lógica del capitalismo mundial.
El caso de México no fue menos significativo. Justo en el momento de la caída del Muro comenzaron las negociaciones para firmar un tratado de libre comercio con Estados Unidos, esquema que, en el contexto de la Guerra Fría, hubiera sido aprobado por el congreso norteamericano sin mayor dilación. Para cuando el TLC se presentó ante el Congreso, cuatro años después, la dinámica estadounidense ya no era la de la Guerra Fría, sino la de una nación ensimismada y concentrada en temas de interés local.
La disputa por la ratificación no fue menor y se constituyó en un nuevo paradigma del tipo de relaciones que, a partir de ese momento, Estados Unidos desarrollaría con el resto del mundo, al menos hasta el 11 de septiembre de 2001.
Pero no hay duda que el mayor impacto inmediato de la caída del Muro fue para las sociedades que había sufrido más del yugo soviético. En sus excepcionales Reflexiones sobre la Revolución en Europa, publicadas en 1990, Ralf Dahrendorf analiza el devenir de los países que habían sido secuestrados por la vieja URSS y los enormes desafíos que enfrentarían las nuevas-viejas naciones al construir su propio futuro.
En la visión de Dahrendorf, el gran reto de las naciones del este de Europa que súbitamente habían recobrado su libertad, consistía en desarrollar instituciones fuertes, sociedades democráticas y sistemas de Gobierno viables. Según Dahrendorf, el reto era muy simple: “Toma seis meses organizar una elección democrática, seis años organizar una economía viable y sesenta años darle forma a una sociedad civil pujante, organizada y equilibrada”. Muchos otros países podríamos aprender de esa inteligentísima advertencia.
El fin de la Guerra Fría modificó el comportamiento y dinamismo de naciones y regiones enteras alrededor del mundo. Cada una de éstas se ha adaptado como ha podido, arrojando resultados por demás diversos. En Europa del este, los países avanzaron a pasos acelerados, como ilustra el reciente ingreso de diez nuevos miembros a la Unión Europea. Los países bálticos, Polonia, Hungría, Eslovenia y la república Checa aprovecharon la primera oportunidad para transformarse, desarrollar sistemas democráticos, afianzar una sólida economía capitalista e incorporarse a instituciones que les dieran claridad de rumbo, certeza y seguridad. Otras, como la antigua Yugoslavia, se colapsaron, mientras el resto se rezagó y ahora intenta recuperar el terreno perdido.
Fuera de Europa el cambio ha sido menos inmediato, pero el impacto fue igualmente grande. A la descomposición de la URSS se debe en buena medida la oportunidad de democratización de regiones enteras, sobre todo en Asia y América Latina; el desarrollo de arreglos comerciales regionales y la globalización de los circuitos económicos y comerciales. No es que la caída de un muro provocara tantos cambios, como que los hizo factibles. Todo estaba listo para que, dada la oportunidad, éstos surgieran a tambor batiente.
Mas la caída del Muro no sólo provocó cambios al interior de diversas naciones, sino que transformó la arena de la política internacional en su totalidad; y ahí los resultados han sido menos halagüeños. No parece exagerado afirmar que muchas de las amenazas a la seguridad global que hoy enfrenta el mundo se remonten a la inacción, y hasta complacencia, que caracterizó a los noventa.
El fin de la presión de las superpotencias, de la necesidad de definirse en términos del conflicto Este-Oeste, llevó a un sinnúmero de naciones a actuar y tomar las riendas de su destino en sus propias manos. En la mayoría de los casos todo el impulso nacional se encaminó hacia la construcción de un futuro exitoso.
(Luis Rubio, EDITORIAL miércoles 05 de ene, 2005).
Sin embargo, la “liberación” supuso también, para otros países (Pakistán e India, pero también Irán y Corea del Norte), el desarrollo autónomo de armamentos nucleares. Saddam Hussein aprovechó la coyuntura para invadir Kuwait y nunca se apegó a los términos de su capitulación tras la primera guerra del Golfo Pérsico.
El abandono de Afganistán hizo posible el florecimiento del Talibán y de Al Qaeda. El rompimiento de la antigua Yugoslavia creó un caos que sólo fue atendido por las potencias occidentales cuando literalmente les resultó inevitable, lo que no ocurrió con el genocidio en Ruanda o ante la creciente inestabilidad en el Medio Oriente.
Europa y Estados Unidos se replegaron hacia sus propios temas, cada uno por razones distintas, y ninguno reconoció lo que hoy resulta evidente: que la derrota de la Unión Soviética no garantizaba el triunfo de la democracia liberal.
Los ataques del 11 de septiembre cayeron como un balde de agua fría sobre la cruda que se había enconchado en Occidente luego de la caída del Muro de Berlín. Además de cambiar la dinámica de las relaciones internacionales, y de la exigencia de que cada nación se definiera en términos de su relación con Estados Unidos, los ataques exhibieron un punto de quiebre de enorme trascendencia entre las antiguas potencias aliadas.
Mientras que 1945 había sido la fecha sacrosanta que había dado vida y razón de ser a la alianza atlántica, los referentes cambiaron luego del fin del viejo adversario. Dada la dinámica que cobró el devenir del mundo en los noventa, es evidente que la relevancia de aquella fecha perdió importancia tanto para los europeos como para los norteamericanos, a la vez que otras fechas se tornaron en los nuevos puntos de referencia, y éstos ya no eran compartidos en los dos lados del Atlántico.
Para los europeos, 1989 se convirtió en el nuevo punto de partida. Olvidándose de la Segunda Guerra Mundial, los europeos se concentraron en asegurar una transición exitosa en Europa, utilizaron el “dividendo de la paz” a plenitud y se dedicaron a temas ambientales, de derechos humanos y a enarbolar causas que no podían ser más distantes de los viejos temas (como el de la seguridad) dominantes en el panorama por cuatro largas décadas.

¿Cuáles considera que son las perspectivas de la integración económica entre países?
En las últimas cinco décadas del siglo XX, los fenómenos de integración se han hecho mucho más comunes. Características más actuales del mundo, como son la creciente globalización sobre todo en la década del 90, acompañado del predominio de un modelo económico de libre mercado el cual se nutre del intercambio entre los Estados-nación, ha hecho necesario adoptar medidas tendientes a mejorar la posición negociadora frente a otros Estados. Esto último se ha logrado por medio de los procesos de integración regional, que permiten a los países negociar como bloque. Los casos más conocidos en la actualidad son: MERCOSUR, NAFTA y la UE.
Cabe destacar por sobre todos los procesos de integración conocidos, el caso de la Unión Europea, el cual ha llegado mucho más allá de un aspecto sólo económico. Se ha creado toda una institucionalidad supranacional, con atribuciones en materias políticas, jurídicas, de defensa, sociales y económicas.
La formación de este tipo de bloques nace básicamente de una necesidad funcional, en que cada uno de los Estados que decide integrarse a un bloque, lo hace porque ve en ello una oportunidad de aumentar el bienestar de sus ciudadanos o simplemente por una cuestión de interés nacional. Es por esta razón que se ha optado por analizar los procesos de integración desde la perspectiva que nos entrega la teoría funcionalista de las relaciones internacionales, la cual parte del supuesto de la incapacidad del estado moderno de satisfacer las cada vez más complejas necesidades de interés nacional. Para colmar esa carencia, propone la creación paulatina de una red de organizaciones internacionales que irían asumiendo la gestión de sectores concretos (agricultura, energía, defensa, por ejemplo). Se gestaría así un sistema aterritorial de transacciones, encargado de satisfacer -con la colaboración de los gobiernos estatales- las necesidades de los ciudadanos. Así, poco a poco, surgiría entre los Estados, la conciencia de estar vinculados a los demás por una red cada vez más densa de intereses en común. De este modo se produciría una paulatina transferencia de las lealtades desde los estados hacia las distintas organizaciones supranacionales. Mediante este método, y a partir del desarrollo de la conciencia de las ventajas de la cooperación internacional, se eliminarían las actitudes ultra nacionalistas irracionales que según el funcionalismo son las causantes de los conflictos internacionales violentos.
Jorge Mariño (1999: 113) ha establecido ciertas características esenciales a todo proceso de integración regional, las cuales mencionaremos a continuación con la finalidad de establecer una generalización. Estas características son:
· Los sujetos son los Estados soberanos.
· Los Estados emprenden el proceso integrador en forma voluntaria y deliberada
· Como todo proceso –aún más, con la complejidad del caso al que se hace referencia- se debe avanzar por etapas, es decir, el proceso debe ser gradual.
· Las etapas deben ser cada vez más profundas y dispersas; de allí la necesidad de la progresividad y la convergencia del proceso.
· Por último, el proceso de integración se inicia con acercamientos económicos, pero lentamente y dependiendo de cada proceso –conforme a lo estipulado por los Estados miembros-, la agenda va abarcando e incluyendo nuevos temas de las áreas sociales, culturales, jurídicas, y hasta políticas de los países miembros.


¿Cuál es la importancia de China en el proceso de globalización y como influye en los procesos de integración de la región Asia- Pacícifo?

Según la estadística oficial, a finales del 2002 el gobierno chino aprobó 7000 proyectos inversores en 160 países, por valor de 9300 millones de dólares. Desde un punto de vista histórico, China no hace más que repetir lo que antes hicieron sus vecinos asiáticos, Japón y Corea: al mismo tiempo que crece su manufactura, con utilización intensiva de mano de obra, se mueve a zonas de mayor valor añadido, diseño e innovación.
Tres son los motivos del fenómeno. En primer lugar, lograr un acceso estable y diversificado a materias primas, imprescindibles para alimentar su "fábrica global". China es pobre en recursos energéticos, muy dependiente de ellos, y enormemente vulnerable en caso de crisis militares y bloqueos. Hace dos años, el 60% de las inversiones chinas en el extranjero, un proceso dirigido por el gobierno, se dedicó a ese objetivo. Los chinos están cortando bosques en Guayana, Mozambique y en la región rusa de Extremo Oriente para alimentar su industria del mueble, participan con inversiones en el sector energético de Rusia, Sudán, Indonesia y Kazajstán, y crean empresas mixtas en Brasil: todo viene unido por lo mismo.
En segundo lugar, la internacionalización es resultado de la propia expansión de la economía china: las empresas chinas cuya capacidad supera el aumento de la demanda interna, necesitan buscar nuevos mercados y la internacionalización es el medio. La "búsqueda de nuevos mercados" es citada como objetivo prioritario de las 50 mayores empresas del país.
El tercer gran motivo de la internacionalización es el deseo de acceder a tecnología, a redes de distribución consolidadas y a derechos de propiedad intelectual, así como la necesidad de hacerse una imagen. La búsqueda de una imagen es particularmente importante, porque las marcas chinas no son conocidas en el mundo. Para adquirir esas posiciones, muchas empresas chinas recurren a la fusión, absorción o adquisición de empresas extranjeras.
Convertida en la "fábrica mundial" China ha obtenido ventajas innegables, pero su control de los procesos de globalización en los que está inserta es más que discutible.
El peso del comercio exterior en su PIB ha pasado del 5% en 1978 a cerca del 30% actualmente, es decir; una enorme dependencia. El sector más productivo (exportador) de su economía está ampliamente dirigido por extranjeros y para el beneficio de extranjeros.
Es cierto que es la mayor receptora mundial de inversiones extranjeras directas, pero eso se ha conseguido ofreciendo trato fiscal preferencial y otros incentivos a las compañías multinacionales, que no sólo exportan sus productos sino también sus beneficios, frecuentemente camuflados mediante la manipulación de precios utilizados en las transacciones entre compañías.
Además, China usa los ahorros tan duramente obtenidos por su población y los beneficios de sus exportaciones, comprando activos en dólares y sosteniendo el déficit presupuestario americano: de las reservas de su Banco Central de 514.000 millones de dólares, aproximadamente 180.000 millones están colocados en bonos del estado americano, declaró recientemente Yu Yongding, un miembro de la comisión de política de divisas del Banco Central en un seminario celebrado en Shanghai. La lógica es que financiar a su mayor cliente comercial le asegura una demanda creciente para sus productos de exportación. Pero resulta que el 40% de las exportaciones de China a Estados Unidos es obra de multinacionales americanas...
Y otro dato significativo es el que se desprende de la lista de las 500 mayores compañías multinacionales, los dueños de la globalización: 244 (el 48%) son propiedad estadounidense, 173 (35%) son europeas, y sólo 58 (12%) son asiáticas, de ellas 46 japonesas...
La internacionalización de la economía China es un gran dato, pero no hay que perder de vista la realidad. China invirtió en el extranjero 35.000 millones de dólares en diez años, en el mismo periodo las empresas británicas invirtieron 878.000 millones. Las empresas estadounidenses registraron en el 2001 87.000 patentes, las chinas menos de 200. Ese es el contexto real. “La internacionalización china debe observarse teniendo en cuenta que la economía mundial se parece hoy más a una caja de Pandora que al Mar de la eterna armonía”( Rafael Poch de Feliu La Vanguardia13 de diciembre de 2004).

Desde los 90, China viene desarrollando una exitosa política de inserción en Asia-Pacífico a través de los crecientes vínculos comerciales, su participación activa en las instancias de integración regional y su rol cada vez más confiable desde el punto de vista político. Por eso, en el futuro la región funcionará cada vez más como un sistema en el que los países ya no podrán considerarse en forma aislada. Las relaciones de cooperación y competencia entre China y Japón, el ascendente rol de la India y la estrategia de Estados Unidos son algunas de las cuestiones que los países del Mercosur deberán tener en cuenta a la hora de diseñar políticas de vinculación económica con los países de Asia-Pacífico.